Manolo Janeiro era un tipo singular. Cada quince, días más o menos, visitaba la taberna del pueblo con el único propósito de encontrar una audiencia aceptable para dar rienda suelta a sus ansias narrativas.
Siempre entraba saludando a parroquianos y forasteros en un tono lo suficientemente alto como para advertir de su presencia. Pedía al tabernero su chiquita vino, se lo llevaba a la boca y miraba por encima de la taza, como parapetándose tras ella para no ser visto, y hacía un recuento de su público potencial. Si le parecía suficiente, empezaba a hablar dirigiéndose al tabernero elevando la voz, y cuando advertía por el rabillo del ojo que ya había captado la atención de todo el mundo empezaba a contar su anécdota.
Esta vez contó que un vecino le había dado un consejo a su madre para el fácil desalojo del movimiento okupa de garrapatas que se había hecho fuerte en las orejas de su perro. La fórmula consistía en aplicar aceite con un pincel en los pabellones auditivos del animal para que los huéspedes se soltasen, resbalasen y cayesen al vacío estrellándose contra el suelo.
Al no disponer de pincel alguno con el que aplicarlo, echó mano del primer trapo que encontró, “zarrapallo”, como le llamaba Janeiro. El problema era que la señora padecía un Parkinson ya avanzado. Como decía el hijo: “Tenía un pulso que no estaba como para robar panderetas de noche”.
“Y nada”, prosiguió Janeiro, “que cogió el “zarrapallo” y entre el pulso de mi madre y que el perro, viéndolas venir, no paraba de moverse, acabó “paseando” el “zarrapallo” cargado de lubricante por todo el perro. Total, que el buenazo del animal acabó “pintado” de grasa.
El perro, cada vez que se levantaba, traía pegadas todas las colillas y toda la porquería que había en el suelo. Aún encima, va y se levanta una “brisita” y los trozos de periódicos viejos que andaban por allí también fueron a parar al perro cubriéndolo con un traje de porquería que hacía difícil saber si era animal o cosa”.
El problema de las garrapatas quedó solucionado. Al can sólo le quedaba esperar la llegada del calor para se derritiese su graso traje impermeable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario