lunes, 27 de julio de 2009

EL PERRO CON GRASA


Manolo Janeiro era un tipo singular. Cada quince, días más o menos, visitaba la taberna del pueblo con el único propósito de encontrar una audiencia aceptable para dar rienda suelta a sus ansias narrativas.

Siempre entraba saludando a parroquianos y forasteros en un tono lo suficientemente alto como para advertir de su presencia. Pedía al tabernero su chiquita vino, se lo llevaba a la boca y miraba por encima de la taza, como parapetándose tras ella para no ser visto, y hacía un recuento de su público potencial. Si le parecía suficiente, empezaba a hablar dirigiéndose al tabernero elevando la voz, y cuando advertía por el rabillo del ojo que ya había captado la atención de todo el mundo empezaba a contar su anécdota.

Esta vez contó que un vecino le había dado un consejo a su madre para el fácil desalojo del movimiento okupa de garrapatas que se había hecho fuerte en las orejas de su perro. La fórmula consistía en aplicar aceite con un pincel en los pabellones auditivos del animal para que los huéspedes se soltasen, resbalasen y cayesen al vacío estrellándose contra el suelo.

Al no disponer de pincel alguno con el que aplicarlo, echó mano del primer trapo que encontró, “zarrapallo”, como le llamaba Janeiro. El problema era que la señora padecía un Parkinson ya avanzado. Como decía el hijo: “Tenía un pulso que no estaba como para robar panderetas de noche”.

“Y nada”, prosiguió Janeiro, “que cogió el “zarrapallo” y entre el pulso de mi madre y que el perro, viéndolas venir, no paraba de moverse, acabó “paseando” el “zarrapallo” cargado de lubricante por todo el perro. Total, que el buenazo del animal acabó “pintado” de grasa.

El perro, cada vez que se levantaba, traía pegadas todas las colillas y toda la porquería que había en el suelo. Aún encima, va y se levanta una “brisita” y los trozos de periódicos viejos que andaban por allí también fueron a parar al perro cubriéndolo con un traje de porquería que hacía difícil saber si era animal o cosa”.

El problema de las garrapatas quedó solucionado. Al can sólo le quedaba esperar la llegada del calor para se derritiese su graso traje impermeable.

EL AMANUENSE


Estaba a punto de quedarme dormido cuando, de repente, me llega un susurro al oído:

- “Venga, levanta, que tengo una historia para desembuchar”.

Era mi bolígrafo tumbado junto a mí en la almohada. Pensé que era fruto del sueño, pero después de una friega ocular, el puto bolígrafo seguía allí. El cabrón vuelve a decir:

- “¿A qué esperas? Venga, a currar. Soy yo el que escribe, el que decide cuándo permito que me frotes contra el papel para derramarme sobre él. Soy yo el que tiene las ideas y las transforma en grifos de color añil. Tus manos sólo son la herramienta que utilizo para el patinaje en papel. ¿O realmente piensas que pintas algo en mis propias historias? Son mías, de mi tubo y letra.

La sangre azul que conforma las escrituras no es de príncipe alguno, mentira. Es sangre real, pero de nuestra estirpe, la amanuense, la de plumas y bolígrafos, los que sí llevamos con armonía el roce diario con el papel al que siempre dimos un trato exquisito. Vosotros, en cambio, le habéis dado un trato humano, humillándolo, rebajándolo a simples multas, billetes, papel higiénico y pasquines de guerra.

Los amanuenses nos proponemos remediar esta vejación mimando el papel con nuestros mejores grabados, grandes dibujos e interesantes historias y, cuando nuestro trabajo tiene éxito, vais vosotros y os atribuís todo el mérito y os colocáis humanas medallas, las mismas de las guerras, que sí están entre vuestros méritos. Pero las grandes páginas de la historia, las grandes ideas, salieron siempre de las cánulas de nuestros antepasados, de nuestras tataraplumas, que se dejaron hasta la última de su tinta en el empeño.

Nosotros, los que escribimos, al no tener historiadores propios, nunca seremos recordados, por eso sólo se glorifica a sus simples usuarios: vosotros, los humanos.

Espabila, necesito contar algo. Si quieres, si no, sigue durmiendo. No te preocupes, sapiens, me sobran manos para ser abrazado y deslizado sobre el papel. Sigue soñando con tus humanas escrituras, las de la tinta roja, la de sangre y aún encima, la vuestra.

miércoles, 15 de julio de 2009

CUANDO LA SOMBRA HUYE


Estaba empezando a preocuparse. Desde hacía un tiempo, venía notando que su sombra tendía a quedarse rezagada. Si intentaba retroceder, tratando de recuperarla, ésta se mantenía siempre a distancia.

LLegó a un punto en el que había perdido definitivamente su eco visual. A Daniel ya no le acompañaba su copiador de andares como a todo el mundo.

De repente cayó en la cuenta. Ahora sí que estaba totalmente acojonado. Desde que esto sucedía... ya no recibía multas... ya... no le cobraban impuestos...






jueves, 9 de julio de 2009

EL PRESTADO


Algo blanco asomaba en el buzón. Al abrirlo, para mi sorpresa, encontré… ¡una carta… y de las escritas a mano! “Qué extraño”, pensé, “si ahora el señor de la moto amarilla ya no trae mas que multas y recibos”. ¿Quién podría escribirme? ¿Quién disponía aún del tiempo necesario para perderlo escribiendo a mano una carta de las que ya no se estilan? La giré con curiosidad para ver quién era el remitente:

Rte: El libro de los abrazos. C/ Olvido, puerta 2, 3er cajón Dcha.

Abrí la carta. La curiosidad me comía por dentro. Empecé a leer.

Estimado Juan:

Espero que al recibir mis letras, te encuentres menos solo que yo. No sé si te acordarás, pero “oficialmente” sigo siendo tuyo. Nuestro último roce fue hace un año, cuando me leíste, y, como te encanté, después de deshacerte en elogios hacia mí delante de todo el mundo, quisiste quedar bien a costa de mi ingenio y sólo se te ocurrió desterrarme de mi estantería, donde vivía feliz entre mis colegas, prestándome a un amigo tuyo. Así premiaste las horas de felicidad que te proporcioné, echándome de casa.

No sé si lo sabrás, pero lo normal es que a nosotros, “los prestados” -generalmente libros y discos- nadie nos lea ni escuche, y mucho menos nos devuelva a nuestro dueño original, como si nosotros no tuviésemos cariños y fidelidades.

Abandonado, a oscuras y agonizando, desde el polvo y la oscuridad de un cajón, uno que espera ser rescatado para la utilidad de algún tipo raro que lea y deje leer.

Tu olvidado conjunto de letras,

viernes, 3 de julio de 2009

FELICIDAD EN SEPIA




DE CUANDO ÉRAMOS FELICES… Y NO LO SABÍAMOS



Posiblemente la carencia de cosas nos impedía verla y, a la vez, nos la proporcionaba.


La felicidad, cuando la vida era en sepia, se podía alcanzar con algo tan simple como fumar barbas de maíz, el tabaco de aquellos niños. Niños impermeables, capaces de caminar, sudar, sangrar… Asignaturas diarias aprobadas con nota por una piel de pantalón corto e imaginación larga. Niños capaces de convertir un perro en lobo, una caja en cabaña, una roca en castillo y un niño en rey; reyes con muy pocas posesiones, pero posesiones compartidas: chocolatinas más que ocasionales, heridas de rodilla, sarpullidos de ortiga ,mariquitas, piojos, palos, fruta robada, miedo, cristal roto, zapatilla de madre lanzada.......… El “niño habilis”.


Recuerdos en sepia, de un monocromo semejante al chocolate amargo, pero dulce; veranos eternos con final a olor de tierra mojada en septiembre; gérmenes familiares; “suciedad” protectora, que no “sociedad”. Espacio, tiempo, imaginación…


Un lugar, un lienzo, un color, el sepia; base de cualquier paleta, base de cualquier cuadro, base de cualquier vida.


jueves, 2 de julio de 2009

LAS TIERRAS DE LOS PASTORES DE BARCOS

Un lugar inquietante donde las almas, transformadas en centinelas de piedra, velan por las naves y sus destinos.

Los acantilados son un limite, el horizonte otro. Son las tierras de los pastores de barcos, donde las tormentas provocan chaparrones de historias, superficies de pétalos, astros que se retiran cansados hacia el horizonte... Un lugar donde la seguridad aún no acabó con la libertad. Un lugar donde aún hay cosas por las que morir y las mismas cosas por las que vivir.